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LA RELIGIOSIDAD CATÓLICA EN EL S. XXI
Me adentro a la religión católica con prejuicios y aprensiones, pero quién no las tiene hoy por hoy, quién no siente rabia después de toda la información destapada, después de tanta incoherencia e inconsecuencia. Entro a las iglesias y catedrales con una actitud desafiante, la pobreza y miseria alrededor de cada macizo templo no ayuda a que sienta algún tipo de empatía por esta institución. Quiero retratar la cara más fría, la cara más fea. No puedo entrar sin rechazo. Sin embargo cada vez que entro a estos espacios es la templanza y compasión la que me invade, el rencor se olvida una vez que me doy cuenta lo importante que se vuelven estos sitios para las personas, personas que nada tienen que ver con toda la sangre y violencia que ha corrido por las cruces católicas. Siento la necesidad de replantearme qué es lo que hay allá dentro, y no encuentro más que consuelo y una extensión de lo que sería una mano amiga para la gente.
Es la fe, la creencia, la necesidad de encontrarse más allá, apoyarse en un algo que ni la fotografía podría retratar o entender. Con mi cámara busco esta cara humana, la que reza por los/as hijos/as, la que sufre por la gente enferma, la que pide por trabajo y no por dinero fácil o simplemente busca resguardarse del frío exterior. A través de la fotografía logro concentrarme en la memoria y buscar el imaginario colectivo de la fe en un Dios, que se concentra en estos templos. A través de mi cámara, mis ojos, mi mente y alma busco la templanza en las imágenes, la emoción en las personas, busco conectar con la arquitectura de estos templos que dejan a la imaginación el misterio que se esconde detrás de el juego de sus luces y reflejos, de su simetría y altos cielos. Encuentro un cobijo en la bondad de la gente que va a concentrar sus energías por otros y que no queda exenta de lo que sucede en el exterior. Me quedo con los saludos espontáneos que suceden por el mero hecho de estar allí, como si por estar dentro de una iglesia hubiese algo más allá que nos une y nos hace partícipe de un todo. Sin embargo luego de alejarme de estos espacios y volver a pisar mi realidad vuelvo a sentir el rechazo por esa institución que ha traicionado la vida de muchos y ha arruinado por completo la vida de otros. Siento con más fuerza el dramatismo de una religiosidad católica de doble cara, de blanco y negro, de un siglo XXI lleno de incongruencias y falto de consecuencia
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