Sofía de la Fuente

     Partí sabiendo nada, sintiéndome una total ignorante, qué era la fotografía estenopeica y por qué tantas y tantos la conocían y yo jamás había escuchado de ella. A medida que me empezaban a explicar que con una caja con un orificio muy pequeño se podrían hacer fotografías, en mi cabeza empezaba a sentir ese hormigueo, quizás ficticio -me gusta pensar que es real- de cuando comienzas a internalizar cosas nuevas e irreales a la vez. Irreal era sentir que tenías la realidad capturada en una caja, que a la vez sostenías con tus propias manos, era tener Santiago en tus manos, era tener esa ciudad que a veces se hace enorme, grotesca e impersonal en tu propio poder. Santiago en una caja, como si fuese un regalo que me hice a mi misma, como si por primera vez me apropiara del espacio que a diario nos rodea. Esa es la primera sensación, o quizás la segunda. La primera es sentirse observada por la gente, es sentir la intensa mirada curiosa de las personas al verte con una caja negra que cuidas como si fuese un hijo/a, algunos osados se acercaban a preguntar qué era y varios ponían la misma cara de asombro que yo puse cuando supe que era una cámara fotográfica. 

     Es una experiencia mágica cuando revelas tu primera imagen, cómo de ese papel blanco salen todos esos detalles, si sólo lo mojaste con un químico, cómo es posible que un papel guarde esa información, como si guardase un secreto. Es emocionante crear fotografías, manejar la luz a tu favor, ocupar los encuadres como una nueva forma de ver el mundo, de recrearlo. Con la fotografía estenopeica encontré otra forma de recrear Santiago, de capturar pequeñas piezas perdidas que juntándolas no se si me llevan a un Santiago antiguo, algo perdido o simplemente a un Santiago visto con los ojos de una persona que aún le tiene fe a esta ciudad. 

     Esto es la fotografía estenopeica, sentir a través de las imágenes, a través del revelado, a través de cada paso. A partir desde lo más mínimo recrear lo más grande e intenso.